domingo, 22 de enero de 2006

Cuando miro la ventana aqui abajo no vienen recuerdos de infancia, ni olor a sopaipillas (por tratarse de la ventana de la cocina), o tardes de sobremesa sureña. Nada de eso, sino silencio. Incluso si aquí abajo hubiese más fotos, donde aparezcan esos muros de cuatro metros y cada una de las sombras desparramadas sobre ellos, también habría silencio. Debe ser porque yo la conocí en sus últimos años y siempre fue así, como una abuela que cuando te recuestas en sus rodillas te sonríe calladamente, con esas muecas de rostro añoso que guardan vidas enteras.
No puedo decir que no hay nostalgia cando la recuerdo, pues en los últimos tiempos pasaba por ahí y me escondía por las tardes.

esta fue la última tarde,en verano supongo. el lugar parecía sucumbir al silencio y a esa penumbra que aparece cuando las cosas se despiden de uno,esa que se roba los colores de a poco y frota los muros como para borrarlos.
no recuerdo números, pero ya fue hace bastante.
primero solo eran mis pasos y uno que otro quejido de la doña con voz de tabla añeja; pero esa tarde hubo visitas, recorrida como prostituta la pobre, y la paga vino con martillos.

hoy prefiero no visitarla,entre astillas y tablones me costaría reconocerla, aunque a veces sin querer la recuerdo y hasta casi creo que descansa.

1 comentario:

Encargado: Marco A. Zambrano Pontigo. dijo...

Hermoso lugar… maravillosa energía… gracias por mostrarme eso.. lo recuerdo y aun ciento su olor a historia desgastada…